martes, 15 de junio de 2010

Ir por ir...



Quizás por la tremenda carga que supone la culpabilidad fui a ver al párroco. Desesperado por que alguien perdonará mi tremendo error. El era un tipo bajito y con cara de bonachón, respondía perfectamente al estereotipo de cura, bueno al estereotipo que define al 50% de ellos, el otro 50% responde al del cura enfadado e inquisidor, pero este no era el caso. Cuando entré al templo no había un alma. Solo me sentía acompañado por el eco de mis pisadas que me llevaban al confesionario.

- Señor cura,- empecé- no creo en su Dios pero siento la necesidad de que alguien me escuche y me perdone. Ayer volví de viaje, lo hice en tren y cometí el mayor error de mi vida, le ruego que no se escandalice por lo que le voy a contar... Durante el fugaz trayecto no miré por la ventana, señor cura, ni una sola vez, no vi el paisaje y no me paré a escuchar el traqueteo de las ruedas contra los raíles, ni siquiera bajé a estirar las piernas en las estaciones intermedias. Simplemente me trasladé. Como lo hacían los que iban conmigo, nadie hizo nada y nadie entiende que ahora me ahogue en mis lágrimas. Sé que no me volverá a pasar, se lo prometo, me lo prometo. Pero quiteme, por su Dios, esta pena que me asfixia de haber perdido esa oportunidad.

- Perdonado. Pase por el cepillo.