jueves, 18 de noviembre de 2010

Como en casa


- Bienvenido. - Me dijo un elegante servidor mientras me tachaba de su lista y me abría una gran verja de metal.- Eres el último de hoy, venga, te acompaño al otro lado. Me alegra verte de nuevo por aquí.

- Siento no poder decir lo mismo... No tengo buenos recuerdos de este lugar... en fin...- Contesté yo.

- ¿Se hospedará donde siempre? 

- Supongo. Si no hay habitación iré al hotel de la esquina.

- ¿No lo sabe? Un incendio acabó el año pasado con él. ¿Pero desde cuando no vienes tú por aquí?

- Mi última entrada fue hace tres años, un mes y quince días exactamente, en realidad no recuerdo cuando salí, supongo que un par de meses más tarde. ¿La parrilla del Leviatán no ha ardido no?

- No claro que no... Nos podemos ver allí esta noche después de tu primera tortura y nos echamos unas cervezas calientes.

-Se me había olvidado... cerveza caliente madre mía... Eso debería de contar como una tortura más ¿no? jejeje, así me iría antes. 

-Venga ya... si esta casi es ya tu segunda casa... ¿Como te encuentras? ¿Te quedarás mucho?

-Bueno... la verdad es que estoy jodido... Espero salir de aquí en el tiempo estándar... Espero...

- A veces tengo la sensación de que nunca te has ido...

- No me jodas... 

- Jajaja supongo que tú parte bohemia y canalla nunca ha salido de aquí.

- Y la parte artística, no la olvides... Entre tortura y tortura surgen los mejores cuadros, los mejores relatos...

- Y tanto, por eso esto está lleno de Artistas. Muchos, aunque ya han pagado su penitencia se resisten a abandonar este lugar.

- Jejeje bueno, ya hemos llegado, gracias por la compañía, voy a dejar mis cosas y salir pitando para la sesión, que no es bueno llegar tarde el primer día. Si no acabo demasiado mal te llamo y nos echamos esas... buff... cervezas calientes.

- Perfecto, espero tu llamada. ¡No te quemes mucho!

Y así fueron mis primeros 10 minutos en el Infierno.

martes, 2 de noviembre de 2010

Víspera de todos los Santos


Un terrible viento me devolvió a mi cueva. En el amparo del fuego pasé la mayor parte de la noche sin dormir. Escuchando los aullidos que el viento creaba en las aristas cortantes. Cuando no perdía la mirada en la hoguera, la perdía en la cima de los árboles que cimbreantes hipnotizaban. Una ráfaga helada dejó en la boca de la cueva un curioso papel. Daba las instrucciones para hacer algo. Esto es lo que se podía leer:

"1. Sacar el muñeco a ser posible en la víspera del Día de todos los Santos y con la punta de unas tijeras bien afiladas romper el hilo del brazo izquierdo. Si se hace el corte cerca del nudo solo habrá que tirar del cordel, que poco a poco descoserá  separando el brazo del tronco. Repetir la acción en el brazo derecho y en ambas piernas así como en el cuello.

2. Para este momento ya solo tendrás 4 cilindros (las extremidades), 1 cilindro un poco más grueso (el tronco) y una pelotita que correspondía a la cabeza. Coger de nuevo las tijeras y empezar a rajar la tela del tronco desde lo que era la cintura hasta lo que era el cuello o viceversa, abriendo la tela dejando al descubierto el algodón. Repetir la acción con el resto de cilindros.

3. Retirar el algodón poco a poco hasta que quede a la vista el alambre de plata que hacía las veces de esqueleto. Separar el alambre del algodón y dejar aparte. Repetir la acción con todos los cilindros. En este punto tendremos 4 telas rectangulares, una pelotita, un puñado de algodón y cinco alambres de plata.

4. Ocupémonos tan solo con los alambres, el resto se puede tirar a la basura (algunas personas se quedan con la pelotita de recuerdo). Retorcer los alambres hasta que puedan entrar los 5 en el fundidor pequeño, fundir la plata y verter sobre el molde. Dejar enfriar el tiempo suficiente como para poder manipular la bala. Meterla en el cargador de la Mágnum 357.

5. Un solo disparo será suficiente si se cuenta con el pulso adecuado. En caso de tener prisa y el pulso no obedezca se recomienda una dosis de Diazepam para lograr la estabilidad en la muñeca."

martes, 15 de junio de 2010

Ir por ir...



Quizás por la tremenda carga que supone la culpabilidad fui a ver al párroco. Desesperado por que alguien perdonará mi tremendo error. El era un tipo bajito y con cara de bonachón, respondía perfectamente al estereotipo de cura, bueno al estereotipo que define al 50% de ellos, el otro 50% responde al del cura enfadado e inquisidor, pero este no era el caso. Cuando entré al templo no había un alma. Solo me sentía acompañado por el eco de mis pisadas que me llevaban al confesionario.

- Señor cura,- empecé- no creo en su Dios pero siento la necesidad de que alguien me escuche y me perdone. Ayer volví de viaje, lo hice en tren y cometí el mayor error de mi vida, le ruego que no se escandalice por lo que le voy a contar... Durante el fugaz trayecto no miré por la ventana, señor cura, ni una sola vez, no vi el paisaje y no me paré a escuchar el traqueteo de las ruedas contra los raíles, ni siquiera bajé a estirar las piernas en las estaciones intermedias. Simplemente me trasladé. Como lo hacían los que iban conmigo, nadie hizo nada y nadie entiende que ahora me ahogue en mis lágrimas. Sé que no me volverá a pasar, se lo prometo, me lo prometo. Pero quiteme, por su Dios, esta pena que me asfixia de haber perdido esa oportunidad.

- Perdonado. Pase por el cepillo.

martes, 4 de mayo de 2010

Quixotesqueando



En la cueva no tengo televisión. Mi ocio se reparte entre las distintas artes y en leer.

Recuerdo como fue mi último empujón a la lectura: visité tierras lejanas acompañado solo de un libro, llegué al hotel que en esos momentos convertí en mi cueva, solté mis disfraces enmochilados encima de la cama y me fui a visitar los bares del lugar, uno me llamó especialmente la atención por que de su interior salía un humo especial, por la ventana se veía que tenía poca luz y el Jazz me terminó de convencer. "Una cerveza por favor", graciosamente me los acompañaron de unos manises y allí, debajo de una pequeña lucecita, en la barra, seguí leyendo. La cerveza luego fueron cervezas y sin tener consciencia de cuanto tiempo llevaba allí fui saboreando sus páginas, una a una hasta que alguien me tocó en el hombro. me giré y era un señor alto, robusto y con gafas creo recordar. Un completo desconocido que de repente me ofreció su mano izquierda. "Enhorabuena y gracias" me dijo, "Este tio me está confundiendo con otro" pensaba yo. El siguió: "Los que nos dedicamos a escribir encontramos motivación en personas como tu" Casi pidiendo perdón por tan altas expectativas yo le respondí que estaba leyendo a Benedetti pero solo pude decir Benned... "Quien sea, quien sea... Gracias" repitió mientras se marchaba.


La cuestión es que fue un momento tan extraño que a veces dudo si ocurrió de verdad o lo ley en aquel mismo libro.

jueves, 21 de enero de 2010

Redecorando





En la cueva se empezaron a amontonar demasiados recuerdos. Jirones de mi vida que ya habían perdido el lustre, importantes historias que, al darme cuenta que ocupaban más sitio en mi hogar que en mi cabeza, vi que no tenían la importancia que en su tiempo me hizo meterlos en los cajones. Así que hice limpieza a fondo. Guardé los que al mirarlos me sacaban una sonrisa y tiré el resto, que eran la mayoría. Jamás renegaré de mi historia, pero es que mi cueva es muy pequeña.
Ahora tengo más espacio, más hojas en blanco para seguir escribiendo mi vida y al despejar mi hábitat, cuando lo he limpiado de recuerdos físicos, un segundo de extrañeza, de "vacío" y como tal, como si de un agujero negro se tratase a atraído para si recuerdos vivos de mi cabeza que ansiaban salir y antes no cabían.

Ahora puedo andar con cierta holgura por mi cueva a la vez que al respirar me retroalimento, de vida, pensamientos e historia.