jueves, 10 de febrero de 2011

Era yo...

Algo no iba bien dentro de la cueva. La cuestión es que por más que miraba no entendía lo que pasaba. Todo parecía que, por fin, volvía a la normalidad después del tremendo vendaval que la dejó patas arriba. Miraba aparato a aparato comprobando que tenían pilas y que funcionaban, mueble a mueble mirando si las puertas chirriaban, las bombillas brillaban y los cuadros seguían en su sitio… todo en perfecto orden y armonía. ¿Qué pasaba entonces?
 Al principio no le di importancia y casi lo contaba como anécdota,  pero poco a poco me obsesionó más y más al no encontrar respuesta… Como casi no dormía dedicaba mi vigilia a comprobar que los cajones encajaban a la perfección  y las plantas estaban regadas…  una vez hecha la ronda nocturna esperaba el amanecer barriendo y fregando el suelo una y otra vez hasta que caía rendido en el sofá.
Dios sabe que no soy creyente, pero me desesperé  tanto que caí en la tentación y recé, pedí una respuesta, una solución…  casi me da pudor reconocer que creí que alguien me había escuchado ahí arriba cuando al día siguiente, al salir de ese caos ordenado que era la cueva, encontré en la misma puerta un alambre. Volví a entrar  eufórico buscando el recoveco en el que encajara el alambre o que es lo que tenía que amarrar retorciendo su cuerpo… nada… ¡NADA!... me pasé un mes intentando utilizarlo para calmar mi alma ¡Y NADA!
Exhausto  me di por vencido… la cueva ganaba  y yo gané en tristeza…
Me desperté en el sofá y decidí salir de aquí pero ¿salir donde? Paseé por un camino que me perdió por un bosque y bajando una ladera me senté al lado de una junquera frente al rio, sin pensar en nada… Vi entonces un grupo de peces  que jugaba delante de mí y sin romanticismo bucólico ninguno pensé en lo bien que me sentaría cenar pescado esa noche… cogí con el máximo de silencio posible una rama a la que até en la punta los cordones de mis zapatos. Como anzuelo busqué algo en el suelo pero las ramitas se veían demasiado frágiles para aguantar el peso de la presa y no había nada de metal por allí. Un momento… en el bolsillo llevaba el alambre… le di forma y decidí utilizarlo, total… si se perdía… tampoco lo echaría de menos… no me servía para nada… Así lo hice y sin darme cuenta me pase 4 horas intentando pescar infructuosamente. Cuando empezó a anochecer  volví a la cueva y ya en el camino notaba que algo había cambiado. Entré  y me senté frente a la ventana, giré la cabeza y noté como mi hogar empezó a tornar en los ocres que me devolvían la paz. Entonces lo entendí. Lo que fallaba en mi cueva no era algo de la cueva, era yo.
 Tanta hora pescando me enseñó  a ser paciente, a tener un objetivo que aunque no consiguiera siempre estaría ahí esperándome, a pararme a pensar en mi… a darme tranquilidad después del vendaval…
No pesqué nada  pero esa noche cené pescado.
Para eso me sirvió pescar, para eso me sirvió el alambre que formaba el anzuelo.

2 comentarios:

  1. "No pesqué nada pero esa noche cené pescado" en esa frase lo has dicho todo. GENIAL!

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