lunes, 12 de septiembre de 2011

Se me apagó la luz...


  Hacía ya tiempo que la última bombilla se desenroscó, juraría que casi sola, cayendo al suelo, haciéndose añicos y sumiéndome en una oscuridad que entonces, no pensé que fuese a ser tan duradera. Siempre me ha gustado la oscuridad y en ella me he movido cómodo, muchas veces incluso la he buscado pero, como todo gusto que se presenta como obligación… deja de apetecer. Me agobia no salir de la penumbra… me despierto con sombras y con ellas duermo…

Un feliz día, como aquel anzuelo encontré hace tiempo y que estoy deseando volver a retomar en estos relatos, pero aun no, apareció por fortuna en mi cama una bombilla, nueva, casi desconocida y que casi me prometía la luz que desesperadamente buscaba… no,  necesitaba…

Salté sobre la cama en tanto la vi, tembloroso, la cogí con fuerza y subido al mismo catre agarré el portalámparas que pendía del techo y empecé a enroscarla… ansioso… tembloroso… el corazón me golpeaba como hacía tiempo no ocurría, con la vista fija en el filamento que de lógica se prendería devolviéndome la luz… Así ocurrió, el contacto fue efectivo y la luz se hizo, sorprendido… deslumbrado… satisfecho y asombrado olvidé dejar de enroscar… Reventé la bombilla en mi mano…

No me dolió tanto el corte en mi mano producido por el cristal… como quedarme de nuevo en la oscuridad más absoluta… y no puedo dejar de envidiar los ojos de gata que en la noche son capaces de moverse… orientarse… y de tarde en tarde… centrarse en tonterías inútiles… como en ese momento era yo.

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